03 junio 2011

El doctor Sastre, supongo

Objetivo cumplido.

Tres años después de que el pediatra burgalés Emilio Sastre encandilara a media ciudad con su iniciativa de levantar un hospital en pleno corazón de Camerún, el proyecto ya está en marcha. Ventura Pérez Mariño relata el viaje

diariodeburgos.es

El jueves a las 8 en el mostrador de facturación. No nos conocíamos pero nos reconocimos con facilidad: se nos había puesto cara de cooperantes. Éramos de la ONG Mayo Rey, camino de Camerún, que viajábamos para poner en marcha un pequeño hospital quirúrgico. El centro ha tenido una gestación larga. Venía precedida de la experiencia de un pediatra burgalés, Emilio Sastre, (60) que ha trabajado los últimos 12 años en Camerún, en el tiempo de sus vacaciones. El lugar, Mayo Rey, es un distrito de unas 200.000 personas.

La escuela es un lugar tan estupendo como otro cualquiera para darle al cepillo de dientes. La expedición burgalesa, además de esperanza, llevó a Mayo Rey productos de higiene para los niños.
Diario de Burgos.es

Había llegado el momento de ponerlo en funcionamiento y de dotarlo de los pertrechos sanitarios necesarios. Confluyendo con nosotros, había salido hace tres meses desde Valencia un contenedor cargado de donaciones españolas. Al igual que el explorador Stanley, cuando buscó a Livinsgtone por media África, empezábamos una andadura que habrá de ser frontera, un antes y un después, para los habitantes de Mayo Rey y para nosotros.

El pediatra Emilio Sastre, en plena ‘operación traslado’.

Somos ocho viajeros: cinco médicos, una enfermera, una estudiante y el cronista que esto escribe. Dos odontólogos, el matrimonio burgalés formado por Elena y Bill, (41), han tomado sus vacaciones y dejan su clínica en funcionamiento. Su objetivo es enseñar el cuidado de la boca y limitar las infecciones. Se han preocupado de que el contenedor lleve todo lo necesario para su función; sillón incluido.

El soberano de Mayo Rey recibió con mucho cariño a los miembros de la Fundación y a los médicos voluntarios.


Fuen (57), ginecóloga, prototipo de las personas siempre dispuestas a ayudar a los demás. Tiene experiencia en cooperación. Áurea (46), enfermera excedente , viene dispuesta a todo. Destila bondad. Carlos (36), oftalmólogo con consulta privada, a última hora compró 300 gafas en los chinos, muy útiles para la presbicia. Ha llenado el contenedor de aparatos de precisión. Espera encontrar patologías por exposición solar e infecciones parasitarias. Mar (43), cirujana general, trabaja en el Sacyl. Su misión es operar lo que se pueda y organizar el funcionamiento del hospital. Ha estado con anterioridad en Ghana y Guatemala. Sabe lo que dice. Y por último Claudia (21), universitaria, viene premiada. Su función es la de intérprete y multiusos. Nada se le pone por delante. Todos tienen un común denominador, son unas joyas y aspiran a ser útiles.


El país de los indomables

Cuando nos quisimos dar cuenta, los carteles del aeropuerto nos hicieron saber que estábamos en Camerún, El país de los leones indomables, Un país con ambiciones sin límites. Habíamos aterrizado en Douala, una ciudad portuaria incrustada en la costa atlántica. Un millón y medio de habitantes en una tipología repetida por todo el continente africano: lujo, caos y miseria.

Se nota el calor; los funcionarios del aeropuerto no se inmutan, estamos en África y todo va despacio. Cuando facturamos para el último vuelo se nos descubre una realidad que choca con nuestra ingenuidad. Nos hacen pagar por el exceso de peso, a pesar de nuestra protestas y razones: «Que son medicinas...». No nos oyen ni nos hacen el menor caso. Así que pagamos. Este percance nos suscita el primer debate. Concluimos que en cualquier caso sus decisiones vienen precedidas de enormes injusticias históricas.

Nuestro último avión tiene mucho de aquellos autobuses que de la salida al destino paraban en todos los pueblos. Recorre el Camerún de oeste a este y a él se suben y bajan las clases altas cameruneses. Ellas muy vistosas con el colorido de sus trajes, el pelo lleno de trenzas y abundantes abalorios. Ellos, en general, apuestos, fuertes y altos.

Sobrevolamos la sabana en la que viviremos los próximos días. Y ya en el aeropuerto cometimos nuestro primer error. Como turistas sacamos las máquinas fotográficas hasta que policías de paisano nos las requisan. Al parecer está prohibido. Media hora nos costó recuperarlas.

Nos apretujamos en una furgoneta de la que salen bultos por las ventanas y por el techo y, mezclados con el África negra, nos adentramos en un mundo desconocido para nosotros. De cuando en cuando repostamos en puestos, a modo de gasolineras, al borde del camino donde con garrafas nos van llenando el depósito.

Miramos con avidez queriendo atraparlo todo. El mundo urbano va perdiéndose y nos colamos en las formas de vida tradicionales a las que conducen los caminos polvorientos llenos de chozas y animales. Y cameruneses, y niños, sobre todo niños, de ojos implorantes y estómagos sobresalientes.

En Mayo Rey nos espera nuestro Livinsgtone, Emilio Sastre, culpable de todo, de que estemos allí y de que un hospital se haya levantado. Es ya, creo, un médico cameruneses. Un ejemplo de los que permiten pensar que hay esperanza. Nos acercamos y a coro preguntamos : «Míster Sastre, suponemos», y como si fuéramos los Panchos le cantamos «Si tú me dices ven, lo dejo todo…».

La casa de bloques en la que nos instalaron es lujo o miseria según donde se sitúe. Sin cocina y con cuarto de baño muy suyo, para nosotros fue pobreza y acabó siendo palacio. Es propiedad del lamido, el Rey Buba, una especie de soberano, y en ella residencia a sus invitados.
Cuando programamos el viaje, dimos por hecho que a estas alturas el hospital ya estaría terminado y que el contenedor con nuestros tesoros habría llegado. Pero las cosas no funcionan así… Otra vez África.
Al hospital (5 camas, 2 quirófanos, 5 salas de consulta…) le faltan los remates; y del contenedor, se sabía que estaba en camino pero no cuando llegaría.

Sin otras opciones, nos reconvertimos en trabajadores de la construcción, y seguidos por 40 empleados autóctonos contratados, aquello cambió de cara en tres días. Quedó presto para funcionar. El azar quiso que ese mismo día llegase el dichoso contenedor (todo un acontecimiento local). Y con él, sin otras bendiciones, se produjo el esperado maridaje.

Volvamos a nuestro pueblo, Mayo Rey. Todo una sorpresa. Cada uno de nosotros nos habíamos hecho figuraciones de cómo sería pero hay cosas que hay que verlas y cuando el primer día salimos expectantes, nos encontramos un enorme poblado como el que debió encontrar Isak Dinesen (Memorias de África) cuando llegó a Kenia. Cabañas de adobe y paja; hombres sentados o recostados debajo de los pocos árboles que hay ; mujeres cargando bultos en la cabeza con acompasados movimientos. Niños, muchos niños, correteando y acercándose al hombre blanco, a los nazaros que ellos llaman. Viejos, no; la esperanza de vida no llega a 50 años.

Y anchos caminos a cuyos lados estaban las chozas. Y suciedad, en un espacio donde no se recoge la basura y al que ya ha llegado el plástico conquistador. Hace calor, las temperaturas se disparan a la espera de que lleguen los meses de lluvia.

En Mayo Rey no hay industria, no hay trabajo, no hay saneamiento: tienen hambre. Mayo Rey es, en lo político, una estructura aislada con dificultades de evolución, es un sistema de gobierno islámico de origen feudal, a cuyo frente se encuentra el lamido, el imán o soberano, que nos recibió de forma ceremoniosa. Vive en un palacio muy modesto pero que no deja de tener elementos de solemnidad: una muralla de adobe nos hace pensar en heroicas defensas. Rodeando la puerta, se aposta un grupo de hombres que constituyen la corte real, y que se alivia debajo de cobertizos de paja pasando las horas y los días a la espera de lo que el rey disponga. Un pasillo en forma de túnel nos adentra en las estancias palaciegas, defendidas por una guardia de corps armada de puñal en la cintura. Llegamos al salón del reino. Me pareció como una especie de vasija de cerámica tumbada y cortada al medio. Al fondo el sillón del trono, de mimbre pintado de colores a cuyos lados nos colocamos los cooperantes cuando nos recibió. El lamido es una persona joven y simpática que tenía a su lado un ordenador y que, al tiempo, convive y dirige una sociedad en la que sus súbitos no le pueden mirar a los ojos. Todo en el laminado es suyo: las tierras, el único tractor, las vacas…

Salto en la medicina

El hospital, proyecto de la arquitecta burgalesa Irma Arribas, supone un cambio de primera magnitud. La medicina con él da un salto de siglos. Desde el primer día se empezaron a formar largas colas de personas que malveían, de mujeres con problemas ginecológicos, de herniados, de bocas destrozadas... comenzaron a ser atendidos.

Nos pasaban las horas resbalando y ni el contundente calor era inconveniente. Aquel primer día brindamos sin champán pero notamos las burbujas en nuestras cabezas; estábamos encantados de ayudar a un pueblo de polvo y paja. Así siguieron pasando los días y las colas de los pacientes no solo no disminuían sino que aumentaban. Los africanos son pacientes, y en cuclillas o recostados esperan su turno en silencio.

En Mayo Rey viven 8.000 personas. En su área administrativa se acercan a 200.000. No tienen nada, viven día a día, no tienen esperanza ni futuro, no tienen esas cosas que a los occidentales nos parecen imprescindibles .

Nos preguntamos a menudo si serían felices porque se les veía aparentemente contentos. La respuesta es simple: no sabíamos pero había que ayudarles. Hay que ayudarles a vivir, a que tengan alimentos, a que tengan agua, a que tengan expectativas. Por ellos y por nuestra dignidad.

Los días transcurrieron rápidos, África atrapa y ni la comida, complicada para nosotros, ni el calor, ni las dificultades pusieron en duda lo que fue un viaje inolvidable. El hospital funcionaba, cumplía las expectativas. Ahora queda mantenerlo.

Hemos tenido que regresar, pero volveremos. Un compromiso moral nos ha enganchado.
Dejamos atrás la sabana, a los preciosos animales salvajes que hemos visto, a los baobabs, los árboles invertidos que tanto asustaron al Principito de Saint-Exupery. Y volvemos con un convencimiento pragmático. El desarrollo es posible y la ayuda es buena. Mayo Rey ya tiene un hospital y tal vez con él el dolor y el sufrimiento serán menores.

No sin ingenuidad, a la ginecóloga le hubiera gustado hacer unos cursos de planificación familiar en una sociedad en la que nacen los que nacen, sin preguntar. Al pediatra le hubiera gustado ver a niños bien nutridos pero ha de contentarse con curarlos. Al oculista, a la cirujana, al dentista… eso será otro día.

El desasosiego por la miseria lo encubríamos con dedicación. Lo pasamos muy bien. Nos vimos útiles y la cerveza que tomábamos a medio día compensaba la sed de la espera. ¡Espléndida!
En Mayo Rey la salud de la población es mala, en ella inciden enfermedades como el sida, la malaria, la tuberculosis… que son el resultado y causa del subdesarrollo. Hemos puesto nuestro grano de arena. No es fácil que se nos olvide. Es muy fuerte.

Y lo hemos podido hacer con el apoyo recibido de toda la sociedad burgalesa, del Ayuntamiento de la ciudad, de Caja Burgos y de la Fundación. Gracias.

Ventura Pérez Mariño es miembro de la Fundación Mayo Rey y magistrado-juez de instrucción de Vigo.

1 comentario:

  1. Piensa globalmente y actúa localmente.
    Gracias a todos los que se mojan en cambiar las cosas.
    Y a la bloguera que difunde.

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