09 junio 2016

«La novela estaba en las batallitas del abuelo»





Carla Montero se inspira en la historia de su familia en ‘El invierno en tu rostro’, que, además, se sirve de un accidente de avión ocurrido en Pineda de la Sierra en 1948 como primer chispazo.

El año 1948 se asomaba al calendario cuando un suceso golpeó a Pineda de la Sierra. Una ventisca sacudía la zona y un avión, que había despegado de París y se dirigía a Lisboa, intentó esquivarla con un aterrizaje forzoso en el pantano de Arlanzón. No lo consiguió. Se estrelló. Avisada la Guardia Civil, intentó localizar los restos, que, finalmente, halló un joven pastor conocedor del agreste terreno. Se expatriaron los cadáveres. La noticia poco a poco fue desapareciendo de los corrillos. Hasta que, meses después, un coche irrumpió por las calles acaparando todas las miradas de los vecinos. Una elegante señora se apeó del vehículo. Quería conocer al joven que rescató los restos de su marido y agradecerle su gesto. Ofreció a la familia ganado para llevar una vida más holgada o amadrinar al chaval y darle una educación. Días después, Cecilio, que aún vive, se encaminó a Francia. Y aprovechó la oportunidad. Estudió ingeniería y ocupó cargos directivos en la empresa aeronáutica familiar.

Carla Montero escuchó esta historia real, recordada con una lápida junto a la iglesia del pueblo, a los sobrinos de aquel hombre. La escritora madrileña, autora de Una dama en juego, La tabla esmeralda y La piel dorada, tira de ella en su nueva novela, El invierno en tu rostro, con la que ayer llegó a Burgos dentro de su gira de promoción.

La autora la hace suya y la relata tal cual sucedió con varias licencias literarias. La adelanta en el tiempo para que ocurra antes de la Guerra Civil y continuar con la trama. Un argumento que se centra en la relación de Guillén, el Cecilio inventado, y su hermanastra Lena, que viven su propia historia de amor marcada, por caprichos del destino, por la distancia.

Primero por esa oportunidad llegada de Francia en un flamante coche, después por la Guerra Civil, que viven en distintos bandos, y después por la Segunda Guerra Mundial, que también experimentarán uno frente al otro.

Y he ahí otro de los elementos que convierten El invierno en tu rostro (Plaza y Janés) en la novela más personal, en palabras suyas, de Carla Montero.

Su abuelo paterno formaba parte de una familia de trece hermanos y tres de ellos estuvieron en tres frentes de la contienda mundial. Él, Pepe, que aún vive, con 103 años, fue voluntario de la División Azul y estuvo en el de Rusia. Un hermano suyo, Luis, afiliado al Partido Comunista, exiliado a Francia, miembro de la resistencia gala frente al nazismo y preso en Mauthausen, peleó en el oeste. Y un tercero, dominico misionero en Taiwán, vivió la entrada en liza de Japón.

Descartó esta última línea pero las dos primeras la inspiraron para modelar la relación de Guillén y Lena. Con, una vez más, licencia para ficcionar. «He necesitado tres libros para darme cuenta de que la historia la tenía muy cerca. Estaba en las batallitas del abuelo», observa quien no tiene miedo a que le achaquen ese lamento tan manido de ‘otra novela de la Guerra Civil’.

«Es innegable. Es otra y seguirá habiendo muchas. Es un tema que despierta mucho interés, igual que la Segunda Guerra Mundial», responde la escritora quien cree que hay muchos motivos que imprimen atractivo a esta época.

«No hemos logrado comprender qué sucedió en esos años tan dramáticos, un inicio de siglo en el que se va encadenando una guerra con otra con una barbarie y un salvajismo que, aunque sí se habían visto en otros momentos de la historia, desde luego no se explican en una sociedad que era muy parecida a la nuestra, con personas que ya llevaban siglos de educación ética y moral. No sé cómo pudieron acabar así. Mientras no comprendamos esos fenómenos seguirán generando muchísima literatura», ahonda.

¿Qué hace especial a El invierno en tu rostro?

«Es una novela de personajes. Refleja cómo vivían y cómo impactan los conflictos en las personas como nosotros, que no eran ni grandes políticos, ni grandes militares ni grandes pensadores. Quería ver cómo cambia la vida a una persona que pasa de ir al cine, a trabajar o de disfrutar de su familia a llevar una cartilla de racionamiento, a mirar al cielo por si la bombardean...», apunta Montero, quien también ha procurado buscar parcelas poco tratadas por la narrativa como el sitio de Oviedo en la contienda española, el papel de las enfermeras españolas en la División Azul o la conversión de Tánger en centro de espionaje.

Una vez más, enciende los focos sobre la mujer. Cuenta que su condición de fémina influye, pero sobre todo «me gustan los personajes singulares, los que se escapan de la norma, y en las épocas que trato quienes lo hacen son mujeres. Y hay que rescatarlas». Y si la presencia de las mujeres es una constante en su obra, también lo es la inclusión de una historia de amor, como la que cruza estas 750 páginas. «Es el gran eje sobre el que pivota el resto de los ingredientes», ilustra la autora que, aunque sus raíces no se hundan en Pineda de la Sierra, sí ha encontrado allí el pueblo con el que siempre soñó. Llegó por casualidad unas navidades escapando de la vorágine de Madrid y, bromea, ya está en trámites de adopción. Casi, casi, una burgalesa más.


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